Capítulo 73
Dorian se encontraba parado en el lobby del Centro de Pruebas de Paternidad, con la mirada perdida entre el ir y venir de los empleados y clientes, sintierido un cansancio y vacio como nunca antes.
Era como si la fe que siempre lo había sostenido se hubiera desmoronado de repente, dejándolo sin rumbo.
Entre tantas caras desconocidas, divisó a Lorenzo, quien conversaba por teléfono con un informe de paternidad
doblado en la mano.
Lorenzo lo vio, sus rostros reflejaban la misma calma.
Ninguno saludó al otro.
Dorian se limitó a detener su mirada en el reporte de ADN que Lorenzo sostenía, antes de desviar la vista serenamente y tras un breve silencio, le pregunto: “¿Te llevo?”
“No hace falta,” rechazó el hombre con una sonrisa, “mi abuelo y mis padres están llegando, están en el aeropuerto, voy
a recogerlos.”
Dorian asintió sin decir más y se marchó.
“Dorian, Lorenzo lo llamó, “¿por qué no vamos juntos al aeropuerto? Hace tiempo que no ves a todos.”
“No, tengo cosas que hacer, declino él.
Lorenzo asintió y no insistió más.
Cuando Dorian regresó a casa, encontró a Amelia dibujando en la sala.
No era tarea ni trabajo, solo garabatos hechos al azar en su tiempo libre.
Sentada frente a su caballete en el balcón, sostenía con destreza el lápiz mientras trazaba lineas precisas, su cabello largo recogido en un moño dejaba caer un flequillo suave que enmarcaba su rostro sereno y concentrado, sumergido en sombras y luces.
Dorian sabia que ella siempre era así, encontraba serenidad frente al lienzo, fusionándose perfectamente con su
entorno
Amelia sabia entretenerse y encontrar su propia felicidad sin depender de nadie más, no necesitaba el apoyo emocional ni consejos ajenos.
En muchos aspectos, ya no necesitaba a nadie.
Esa independencia y claridad venían de una larga historia de carencia afectiva, de un equilibrio alcanzado en su interior.
Pero la joven Amanda era una joya preciada por todos, por lo que sabía depender de los demás, confiar y usar su pequeña fuerza para calentar corazones.
Amelia se dio vuelta y vio a Dorian observándola en silencio, con un semblante sereno pero vacío, lleno de remordimiento y nostalgia, con un atisbo de conflicto indefinido
Notó el papel que llevaba en la mano y su mirada se poso brevemente sobre él antes de sonreirle: “¿Ya regresaste?” Él la miró sin moverse, asintiendo después de un momento: “Si.”
Luego preguntó: “¿Ya comiste?”
Ella asintió suavemente: “Si, acabo de comer ¿y tú?”
Dorian respondió: “También comi.”
Movio el resultado del ADN en su mano, intentando entregarlo, pero Amelia lo rechazó con una sonrisa: “Tengo que ir a clase”
Dorian la mird un instante y asintid suavemente: Te llevo.”
Guardó el informe
En el camino a la universidad, ninguno de los dos habló.
Envueltos en sus silencios
Al llegar, Amelia finalmente se volvió hacia Dorian con una sonrisa. “Voy a entrar a clase.”
Él asintió levemente y la observó salir del coche, luego abrió su puerta para seguirla.
La acompaño en silencio hasta la entrada del aula.
En la puerta del edificio de estilo europeo, lleno de gente yendo y viniendo, Dorian vio a Manuel Sabin y Lorenzo, junto con los padres de Lorenzo, además de Eduardo y Cintia Ferrer.
Los ancianos rodeaban a una confundida Fabiana, con los ojos rojos y las lágrimas girando en sus órbitas, queriendo
tocarla pero sin atreverse.
Lorenzo se mantuvo al margen de la multitud, observando las lágrimas que brotaban en los ojos de su anciano Manuel, pero la expresión de Lorenzo no mostraba la misma emoción que los demás, simplemente miraba con una indiferencia que se posaba insistentemente sobre Manuel.
Dorian notó el arrepentimiento oculto en sus oscuros ojos.
Desvió la mirada hacia Amelia.
Amelia también estaba contemplando la escena, su rostro reflejaba sorpresa y a la vez, una sutil sensación de alivio.
Se giró y le sonrió ligeramente a Dorian: “Felicidades.”
Dorian la miró sin moverse.
La sonrisa en el rostro de Amelia se tornó un poco rígida.
Pero él no apartó la vista, observándola con una calma que rozaba la crueldad.
“Amelia, Amanda ya no existe.” La observó fijamente, su voz era tan suave que casi no se oia y aunque sonaba tranquila, había un inexplicable matiz de melancolía.
Amelia no sabía por qué, pero de repente se sintió muy triste, quedándose mirándolo fijamente.
“La perdi y ella no va a volver.”
La miro, pronunciando cada palabra con voz suave y luego, en medio de su estupefacción, dio un paso hacia adelante, la abrazó suavemente y luego la soltó lentamente.
Le dio una palmadita en el hombro y le dijo en voz baja, “Vete.”