Capítulo 432
Ella había olvidado que aún sostenía la pulsera en la palma de su mano, hasta que su nueva mamá, intentó ayudarla a quitársela con cuidado. Solo entonces recordó a la niña que aún la esperaba en el campo nevado.
Su nueva mamá le preguntó si podía verla, pero Fabiana negó con la cabeza, aterrorizada, temiendo que si la gentil mujer veía la pulsera, iría a buscar a la niña y la dejaría a ella.
Recordaba que cuando la niña y ella fueron capturadas, el Señor de la Cicatriz las había llevado a un hombre y una mujer un poco andrajosos. La mujer había querido llevársela a ella primero, pero cuando vio a la otra niña que fue traída más tarde, cambió de opinión y quiso llevarse a esa niña en su lugar. Si no fuera porque el Señor de la Cicatriz insistió en que pagaran más, se habrían llevado a la otra niña.
Para ella, ser llevada por esas personas tenía que ser mejor que estar con el Señor de la Cicatriz, sufriendo hambre y golpes.
Por eso, ante la pregunta curiosa y preocupada de su nueva mamá, Fabiana apretó la pulsera entre sus dedos, indecisa y nerviosa, sin atreverse a mostrársela, ni a decirle que la niña todavía la estaba esperando.
Su mamá tampoco insistió en verla, solo le dijo que si ese objeto era tan importante para ella, debía cuidarlo bien y no perderlo.
Fabiana asintió con inquietud, aferrándose aún más fuerte a la pulsera, queriendo soltarla, pero sin atreverse.
La pulsera se clavaba más y más en su palma, apretándose. De repente, pareció convertirse en una serpiente deslizante, como si tuviera voluntad propia, empezando a deslizarse entre sus dedos, siseando ominosamente hacial ella. Su rostro se transformó lentamente en el de la niña.
Ella gritó aterrorizada: “¡Ah!”
Fabiana se sentó de golpe en su cama, bañada en sudor frío.
Miró frenéticamente hacia la pulsera en su muñeca, como si viera a un monstruo, con pánico la arrancó de su brazo, lanzándola lejos.
Desde fuera de la habitación, se oyó un golpeteo apresurado en la puerta.
“Amandita, ¿qué pasó?”
Eran las voces de Óscar y Petra.
Fabiana, recobrando un poco la compostura, miró hacia la puerta y dijo con voz aún estremecida: “No, no es nada, solo una pesadilla.”
“¿Estás segura de que no es nada?”
Petra, al escuchar la inestabilidad en su voz, seguía preocupada. “Abre la puerta, deja que vea cómo estás.”
Fabiana dudó, pero finalmente asintió, se levantó para encender la luz y abrió la puerta, todavía con las piernas
temblorosas.
Petra notó de inmediato el sudor en su frente, además de su rostro pálido, así que preguntó con preocupación: “¿Qué soñaste? Te ves muy pálida.”
“Creo que soñé con mi infancia.” Fabiana empezó a hablar con vacilación. “Soñé que me capturaron unos traficantes de personas y que luego escapé. Estaba sola en un bosque nevado y oscuro, sin nada, tenía mucho miedo, así que…”
Fabiana se detuvo, su mirada aún reflejaba miedo y desconcierto.
Manuel, que había subido al oír el alboroto, observó a Fabiana conmocionado, escuchando la descripción de su infancia, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
Los ojos de Petra también se llenaron de lágrimas.
Era la primera vez que escuchaba a Fabiana hablar de lo que le sucedió aquellos días que estuvo perdida. Cada vez que le preguntaban, ella decía que no recordaba y evitaba dar más detalles.
Ellos también temían que pudiera tener una reacción traumática al recordar esos momentos, así que nunca la
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presionaron para que hablara de ello.
Lorenzo, que también había llegado, observaba a Fabiana con una expresión complicada, permanecía en silencio.
Petra no dijo nada más, simplemente se acercó y la abrazó suavemente, susurrándole al oído: “Todo eso ya pasó.”
Fabiana no respondió, simplemente se dejó abrazar, con los ojos muy abiertos, aún sacudida por el terror de la pesadilla.
Su corazón latía con fuerza y el sudor frío brotaba de su espalda, mientras su mente estaba inundada con los recuerdos de aquella niña en la nieve, a quien intencionalmente habla tratado de olvidar.
En realidad, siempre había tenido un vago recuerdo de esos tiempos, pero eran tan lejanos que no podía distinguir si eran reales o parte de un sueño.
Quizás porque esos recuerdos escondían un asunto de vida o muerte, siempre los había evitado conscientemente.
Ella ya casi ni se acordaba por qué consideraba esa pulsera como un tesoro. No era porque le tuviese un gran cariño, sino porque temía que alguien la viera y por eso siempre la tenía en la mano, sin atreverse a mostrársela a nadie. Sin darse cuenta, sus padres adoptivos pensaron que era muy importante para ella, así que siempre la animaron a llevarla puesta.
Con el paso del tiempo y bajo el peso de los recuerdos que intentaba olvidar, poco a poco fue olvidando el significado de esa pulsera. Solo sabía que era algo que había llevado desde pequeña.
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