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Mi Frío Exmarido Capítulo 292

Capítulo 292

“Eso no ocurre,” contestó Marta sin pensar, “aunque la niña es chiquita, es muy cuidadosa, no se deja abrazar por desconocidos y mucho menos pegarse a ellos.”

Dorian le echó un vistazo.

Marta se sintió un poco incómoda y riéndose, dijo: “Probablemente es que te quiere mucho. Esa niña es fanática de los hombres guapos, seguramente vio que usted es muy atractivo.”

Dorian esbozó una leve sonrisa, pero no dijo nada.

La mujer lo acompañó hasta la puerta, agradeciéndole nuevamente de cortesía y despidiéndose.

Él también se despidió y entró al ascensor.

Cuando se cerraron las puertas del elevador, los oscuros ojos de Dorian se posaron en los botones y tras un momento de silencio, presionó el del piso 15.

El ascensor rápidamente se detuvo en ese piso.

Al abrirse las puertas, salió sin expresión alguna y al levantar la vista, su paso firme se detuvo lentamente.

Allí estaba Amelia con las llaves en la mano, parada frente a la puerta de su casa, como si estuviera por abrir, pero dudando, su rostro sereno y hermoso reflejaba una cierta melancolía.

Ella oyó el sonido del ascensor y lentamente se volteó para mirarlo.

“¿Acabas de llegar?”

Dorian preguntó, sin moverse del sitio.

Amelia asintió suavemente: “Si.”

“¿No vas a preguntar por qué estoy aquí?” Él se le acercó.

Ella bajó la mirada y le preguntó con dulzura: “¿Qué haces aquí?”

“Después del trabajo pasé por un parque infantil y me encontré con una niña de poco más de un año, me pareció

simpática, además ella también parece apegarse a mí sin motivo, así que la acompañé a casa.”

Dorian hablaba mientras se acercaba a ella. Al detenerse en la puerta de su casa, le echó un vistazo.

Amelia mantenía la mirada baja. Sin mirarlo, dijo suavemente: “Qué bien.”

“Sí.” Él respondió con indiferencia, tomando las llaves de su mano y abriendo la puerta.

La oscuridad cayó sobre ellos.

Él estiró la mano para encender la luz, echó un vistazo al escritorio del salón y luego la miró.

“Ella también vive en este edificio, en el piso 18,” dijo él.

Amelia forzó una sonrisa: “Qué coincidencia.”

“Sí. Una gran coincidencia,” dijo Dorian, ya adentrándose en el salón. “La primera vez que la vi fue en Zúrich, cerca de tu empresa, en aquel restaurante de comida.”

Luego se giró hacia ella: “Justo el día que nos encontramos, en ese restaurante.”

Amelia lo miró dudosa, apretando los labios, sin decir nada.

“Y ahora resulta que nos encontramos de nuevo, justo en el mismo complejo, en el mismo edificio,” continuó mirándola fijamente, “¿no es curioso?”

Ella desvió la mirada sin responder, sintiéndose perdida y confundida.

El choque que había tenido en la casa de la familia Sabín aún no se disipaba, dejándola con la cabeza abrumada y el corazón pesado. Ahora, frente a las insinuaciones de Dorian, se sentía aún más desorientada.

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Él no parecía dispuesto a dejar el asunto así. La observaba y decía despacio: “Si nuestro bebé hubiera nacido, también tendría esa edad.”

Amelia seguía sin hablar, torciendo inconscientemente sus manos una con la otra.

Dorian observó sus manos y luego la miró con detenimiento.

Había visto ese gesto antes, pero en una versión más pequeña.

Amelia ya había girado su cabeza hacia el balcón, mostrando su hermoso y angustiado perfil, le recordó su reacción ante la familia Sabín aquel día en Zúrich cuando ellos buscaron a Amanda.

Ese día, ella dejó la tarjeta de la habitación con alguien más para que la devolviera al hotel y luego desapareció.

Cuando volvió a tener noticias de ella, estaba en el hospital, después se haber realizado el aborto.

“Esta noche, me encontré con tus padres por accidente,” dijo con voz baja, cambiando el tema.

Dorian la miró.

“Ellos dicen que no entienden cómo te manipulé para que te casaras conmigo aprovechándome de un embarazo, la voz de Amelia era tenue, “y que ahora estoy intentando acercarme a la familia Sabín a propósito, quién sabe con qué malas intenciones.”

Continuó, levantando la vista hacia él: “¿Qué pensarían si me hubiese quedado con el bebe para estar contigo?”

Dorian quedó desconcertado, mirando hacia Amelia con una mirada compleja.

Ella desvió la vista.

Justo entonces, su celular comenzó a sonar.

Miró la pantalla, era un número no registrado pero familiar.

Era una llamada de Cintia.

Amelia fijó su mirada en esos dígitos por un buen rato, sin moverse.

Desde que ellos se divorciaron, Cintia no la había vuelto a llamar.

Después de la separación, ella había borrado los contactos de toda la familia Ferrer, incluyendo a Cintia y Dorian.

Pero después de todo, habían sido familia por dos años y Cintia solía llamarla con frecuencia.. Amelia tenía buena memoria; aunque había borrado el número de Cintia hace tiempo, lo reconoció en cuanto reapareció en su pantalla.

Dorian echó un vistazo al móvil que aún sonaba.

La llamada solo mostraba números, sin un nombre guardado, pero él también reconoció que era el número de Cintia. Se aproximó para tomarlo, pero Amelia ya había extendido su mano hacia el celular, presionó “responder” y activó el

altavoz.

La voz de Cintia, algo despreocupada y elegante, se filtró a través del altavoz:

“Amelia, ¿estás libre mañana por la tarde? Te invito a comer a las dos, en el restaurante Miloco. Tenemos que hablar”

“¿De qué se trata?”, preguntó ella, su yoz siempre serena y calmada, pero fría.

“Mejor lo discutimos en persona,” insistió Cintia con ese tono altivo de siempre, “yo tengo que colgar.”

“Si tienes algo que decir, dilo ahora,” interrumpió Amelia con tranquilidad, “aprovechando que tu hijo también está aqui podemos tener una conversación franca.”

Hubo un silencio repentino al otro lado de la linen.

Dorian se había inclinado para tomar el móvil de Amella:

¿Hay algo que no puedo escuchar?”

“Eso no es de tu incumbencia,” respondió él con voz calma y firme, “¿qué asunto tienes con Amelia?”

“Yo…” Cintia evidentemente perdió la compostura, se quedó sin palabras por un momento y se podía escuchar cómo buscaba ayuda con alguien cercano.

La voz de Eduardo emergió del otro lado de la línea junto a la súplica de ella: “¿Por qué estás enredado de nuevo con esa mujer? ¿Qué haces alli?”

Dorian respondió: “Cuida tu lenguaje.”

Hubo un silencio.

Al darse cuenta de la situación, Eduardo no pudo evitar endurecer su voz: “Soy tu padre, ¿así es como le hablas a tu padre?”

Dorian respondió con frialdad: “Yo no tengo padre.”

“¿Realmente quieres enfrentarte a mí por…?” comenzó Eduardo enojado cuando recuperó el aliento.

Dorian, con una expresión imperturbable, desactivó el altavoz y cortó la mitad de la frase de Eduardo “esa mujer?”, se escuchó en el auricular.

Amelia le echó una mirada.

Dorian había tomado el móvil, lo puso en su oído y presionando el dispositivo, dijo al otro lado de la línea: “Antes de hablar, recuerda quién manda en esta familia.”

Eduardo se atragantó con sus palabras, pero no pudo evitar continuar con su sermón:

“No te dejes engañar por la apariencia de esa mujer, hasta pretendió ser Amanda engañando a la señora Sabín. Tú sabes cómo está ella, apenas reconoce a la gente, cree cualquier cosa que le digan. Con tal de ascender socialmente, esa mujer hasta se aprovechó de una anciana que no está en sus cabales, ¿qué no sería capaz de hacer…?”

“¡Cállate!”, interrumpió Dorian con voz helada.

Amelia se levantó del sofá y extendió su mano hacia Dorian: “Dame el teléfono.”

Él la miró: “Yo me encargo.”

“No es necesario, gracias.”

Dijo ella suavemente y se inclinó para tomar los auriculares Bluetooth de la mesa de café, abrió la caja, sacó los auriculares y en el momento en que un tono melodioso y tranquilo de “Bluetooth conectado” resonó en los oídos de Dorian, la llamada ya había sido transferida a los auriculares que Amelia llevaba puestos.

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