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Mi Frío Exmarido Capítulo 224

Capitulo 224

no éramos compatibles. Por eso rechacé su intención de juntarnos la última vez.”

Rubén se quedó sin palabras.

Dorian también miró a Rubén: “Lo siento, Sr. Rubén, es culpa mia.”

El profesor, sin saber qué decir y claramente Incómodo, se limitó a responder: “No, no hay problema.”

Dorian hizo un gesto de despedida a Rubén y Ofelia, luego se marchó sin mirar atrás.

“Disculpa, Sr. Rubén, voy a acompañarlo al hospital para que le traten esa herida, dijo Rufino antes de salir corriendo

tras Dorian.

Las figuras de ambos desaparecieron en la entrada de la villa.

Rubén miró a Amelia con preocupación.

Los ojos de Amelia ya se humedecian y con la mirada baja, se despidió: “Profesor, me voy a retirar.”

Su tutor asintió, sin atreverse a interponerse. “Ve a descansar.”

Ella asintió suavemente. “Gracias, profe.”

Rafael también se despidió de Rubén brevemente y se apresuró a seguir a Amelia para acompañarla.

Pero Amelia levantó la mano en un gesto de detenerlo, sin siquiera mirar hacia atrás.

Rafael se vio obligado a detenerse, observando la silueta de Amelia con una mirada llena de emociones encontradas

Amelia no dijo más, sin voltear, se marchó con pasos firmes.

Capítulo 225

Amella se subió sola a un taxi para regresar a casa.

Justo en la hora pico, el cielo se oscurecia y las calles eran bulliciosas.

Bajo las luces de neón, el tráfico fluia en un rio incesante de luces y sombras.

Había empezado a llover suavemente, con ese tintineo que anunciaba la proximidad del otoño y su frescura,

Amelia se sentó en el asiento trasero del taxi, con la cabeza apoyada en la ventana, observando la lluvia menuda.

Las ventanillas del coche estaban herméticamente cerradas, las gotas de lluvia se deslizaban formando ríos serpenteantes que se quebraban y desaparecían.

Su estado de ánimo reflejaba la oscuridad fuera de la ventana, sombrio y pesado, aplastado por emociones indescriptibles.

“¿Y tampoco sabias que Cintia no es la verdadera madre de Dorian?”

La expresión de sorpresa de Rufino resonaba en su cabeza.

Penso que después de dos años de estar divorciada de Dorian, ya no le importarían esos recuerdos, pero cuando estos se removían, aún sentía un dolor punzante en el corazón.

Amelia recordó una boda a la que había asistido años atrás.

El padre del novio también se había vuelto a casar después de que la madre del mismo falleciera cuando era joven. Después de la boda, el novio llevó a su flamante esposa a visitar la tumba de su madre y le dijo con solemnidad: “Mamá, esta es tu nuera Lisa, nos casamos hoy y somos muy felices, puedes estar tranquila.”

Ella estaba allí en ese momento.

Aún recordaba la mirada de orgullo y pena en los ojos del novio mientras presentaba a su esposa, orgulloso de haber encontrado a la mujer que amaba y lamentando que su madre no pudiera verlo casarse y tener hijos.

En aquel entonces, esa escena la había conmovido profundamente.

No habría imaginado que algo similar le sucedería a ella, solo que el desenlace seria diferente.

Supuso que esa era la diferencia entre el amor y la falta de él.

Quizás para Dorian, Amanda era la única que merecia ser presentada como su esposa ante su madre.

Ella solo había sido una responsabilidad impuesta por los efectos del alcohol.

Aunque ya lo había comprendido, al enfrentarse de nuevo a esa cruda realidad, descubrió que no podia permanecer indiferente.

Había odiado a Dorian, pero nunca se habia arrepentido de conocerlo.

Sin embargo, hoy, sentia un poco de rencor

Él debería haberle contado desde el principio que solo veía en ella la sombra de Amanda.

Si hubiera conocido la verdad cuando era una adolescente, no habría seguido aferrada al calor que él le había brindado

a sus diecisiete años, no habría seguido pensando en él ni permitido que aquel encuentro años después desembocara en una noche de pasión, ni todo el tumulto que siguió.

Incluso se le ocurrió pensar que, si nunca hubiera conocido a Dorian, todo habría sido mucho mejor.

La lluvia seguía cayendo, cada vez más fuerte, empañando toda la ventana y difuminando las luces de la noche, como si un neón desenfocado se escondiera entre la niebla.

Ella bajó la ventana.

Las gotas calan, salpicando ligeramente su rostro, frias como el hielo.

El taxista giro ligeramente la cabeza y la miró: “Señorita, está lloviendo fuerte afuera, no vaya a mojarse’

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