Capítulo 220
Amelia estaba sentada justo frente a Dorian y no podía evitar tensarse al levantar la vista y encontrarse con ese rostro impasible tan guapo que tenía. Sus labios se apretaron en un gesto nervioso.
Rafael, que estaba muy atento a Amelia, se dio cuenta de su cambio de actitud y le preguntó con preocupación: “¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?”
Hablaba en voz baja, para que solo ella pudiera oírlo, pero era imposible esconder la preocupación en sus ojos.
Rufino no pudo evitar lanzar una mirada hacia Rafael, empezando a dudar de su propio juicio.
Luego, su atención se desvió hacia Dorian.
Dorian parecía no haberse percatado de la situación, y su atención ya estaba puesta en el escenario que estaba siendo preparado. Su expresión era serena.
Pero sus dedos presionaban el vaso.
Rufino notó que los nudillos de Dorian se habían tornado ligeramente blancos y volvió a mirar hacia Amelia.
Ella tenía la mirada baja, evitando mirar hacia donde estaba Dorian, solo atinó a negar con la cabeza en respuesta a Rafael: “Estoy bien.”
Tras decir eso, tomó su vaso y comenzó a beber pequeños sorbos.
El ambiente en la mesa se había vuelto extrañamente tenso.
Por suerte, la ceremonia de inauguración estaba por comenzar.
Ruben, que había estado saludando y bromeando con los otros invitados, invitó a Dorian a subir al escenario.
El asintió levemente y se dirigió al escenario junto a Rubén.
Rafael también fue invitado a subir.
Cuando Dorian se levantó para irse, Rufino notó claramente que Amelia parecía aliviarse, y sus dedos sobre el vaso se relajaron un poco.
Rufino la miró con una sonrisa: “¿Todavia le tienes miedo a Dori, eh?”
Ella sonrió con algo de incomodidad: “No, para nada.”
“Es normal, no hay nada de qué avergonzarse,” continuó Rufino con una sonrisa. “Lo conozco desde hace años y pocas personas se sienten cómodas en su presencia. Siempre ha sido así, por eso de niño casi no tenía amigos.”
La sonrisa de Amelia se congeló un poco y no pudo evitar mirar hacia el escenario donde estaba Dorian.
Él ya estaba al frente, saludando y estrechando manos con los demás, irradiando una humildad que no podía ocultar su imponente presencia
Rufino también observó a Dorian y prosiguió: “¿Sabes por qué la pequeña Amanda era diferente para él? Ella fue la única que nunca le tuvo miedo y siempre estuvo ahí para protegerlo.”
Amelia lo miró, pero se quedó sin palabras.
La mirada de Rufino se tornó nostálgica como si recordara a la joven Amanda: “La mamá de Dori falleció cuando él tenía siete años. Ella lo adoraba y él a ella, así que su partida fue un golpe durisimo. Se volvió retraido y solitario, sin amigos, pasaba los dias encerrado en su habitación. Solo Amandita estaba alli, incansable, hablando con él, haciéndole reír. Si no queria hablar, ella se quedaba en silencio a su lado. Si él se rehusaba a comer, ella ayunaba con él. Si alguien se burlaba de él por no tener madre, ella se enfrentaba a ellos con furia.
Se puede decir que Amandita fue quien lo ayudó a superar esos dias oscuros.”
Cuando Rufino volvió a mirar a Arnelia, vio lágrimas brillando en sus ojos, parecia estar cubierta por una capa de niebla, su mirada perdida.
Preocupado, la llamó Amy?”
Ella volvió en sí y sonrió incómoda, luego preguntó con vacilación: “¿Su mamá murió cuando él tenia siete años?”
Rufino frunció el ceño: “¿No lo sabías?”
Amelia negó con la cabeza, aún más incómoda. “Nunca hemos hablado de eso.”
Hubo un silencio y luego Rufino preguntó con incertidumbre: “¿Y tampoco sabías que Cintia no es su verdadera madre?”
Ella se sintio aún más avergonzada pero negó con la cabeza una vez más.
La conversación se había vuelto un campo de minas de malentendidos y secretos no dichos. Amelia se preguntaba si era su culpa o de Dorian por no compartir más de su pasado. Sabía que la relación entre Dorian y Cintia no era la típica relación madre-hijo, pero siempre habia pensado que era por la personalidad de él, sin imaginar que hubiera algo más detrás.
Dorian no era de los que hablaban de su familia y ella tampoco, especialmente al estar consciente de que su propia familia no era de fiar y que los padres de Dorian tampoco le tenian mucho cariño.
Aparte de una breve introducción de sus familiares en la boda y de las esporádicas visitas en festividades para compartir una comida, en realidad casi no tenian contacto y ella no solia mencionar a su familia.
Cintia, quien a menudo visitaba su pequeño hogar con Dorian, no mostraba ni un ápice de la autoridad tipica de una madrastra, sino todo lo contrario, parecía más maternal que una madre biológica y por eso Amelia nunca había pensado mal de ella.
“¿Nunca te llevó a conmemorar el aniversario de la muerte de su madre?”, preguntó Rufino, intentando sondear la situación.
Amelia negó con la cabeza, sintiendo una inexplicable tristeza en su corazón, una sensación de incomodidad que surgió de repente
El nunca la había llevado a visitar a su madre biológica y ella no sabía si eso significaba que él no la había reconocido. completamente como su esposa.
O tal vez, el sabia desde entonces que lo suyo no duraria.
Rufino, advirtiendo el cambio de ánimo en Amelia, se apresuró a compensar con una risa forzada: Cuando murió su mamá, Dori se negaba a ir a conmemorarla. El dia del entierro, se rehusó a ir y lloraba diciendo que su madre no habia muerto. Quizás no ha superado esa pérdida y por eso no ha ido a conmemorar.”
Amelia ofreció una sonrisa forzada, sin seguir la conversación.
No sabía si Dorian había ido alguna vez.
Pero en el Día de los Muertos, Dorian no asistía.
Su mirada se desvió hacia el hombre que estaba en el escenario.
Dorian había recuperado su habitual compostura y miraba serenamente a Rubén, que estaba hablando. En su rostro imperturbable se reflejaba la calma y la racionalidad que ella conocía tan bien.
Nunca había visto a Dorian derrotado, pero habiendo vivido su propia soledad y desamparo en su infancia, podia imaginar lo perdido y desvalido que se habia sentido a los 7 años.
Por eso, la compañia y la espera de Amandita en aquel entonces eran inmensamente valiosas para él.
Ella era el único calor y luz en su oscuro mundo, un calor que se grabó en los huesos, igual que el Dorian que ella había conocido a los diecisiete años, que significaba tanto para ella como Amandita significó para él.