Capítulo 106
Blanca también había visto a Amelia, quien parecía más tranquila que el día anterior, aunque su semblante seguía un tanto pálido. Esa palidez pareció desvanecerse un poco al ver a Dorian a su lado.
Amelia no saludó, simplemente se adentró en la habitación y llamó a Fausto, quien estaba enredado con su celular, “Papa”.
Su padre se quedó estático por un segundo, incrédulo al levantar la vista hacia la puerta y al ver a Amelia no pudo ocultar su emoción: “¿Meli? ¿Eres tú de verdad? ¿Cuándo volviste?”
Dejando el celular a un lado, intentó levantarse con esfuerzo.
Ella se apresuró a detenerlo: “Papá, estás lastimado, mejor no te levantes”
Fausto se calmó, quedándose acostado en la cama y mirándola con ojos llenos de lágrimas; “¿Cuándo llegaste? ¿Ya comiste?”
“Si, ya comi.” Amelia arrastró una silla para sentarse frente a él, luego dijo, “Llegué anoche”.
“Lo importante es que ya estás aqui. Fausto seguía con los ojos vidriosos y conmovido, observando a Amelia con intensidad “Parece que no has comido bien afuera, te veo más delgada.”
“No es cierto, he subido un par de libras desde que me fui.” Amelia miró la venda en la cabeza de Fausto y preguntó, “¿Y tú cómo estás? ¿Mejor?”
Su padre asintió: “Si, mucho mejor. Me siento con mucha energia.”
Intento sonreir para demostrar que estaba recuperandose bien, pero el movimiento le causó dolor debido a la herida en su cabeza y Amelia rápidamente lo detuvo: “No te muevas tanto.”
Antes de que terminara de hablar, Blanca ya se había acercado con preocupación y lo regañó: “Otra vez haciendo tonterías? ¿No te das cuenta de que estás gravemente herido?”
Después de regañarlo, volvió su atención a su hija: “Y tú, sabiendo cómo está tu papá, ¿por qué lo haces reír así? ¿Acaso no piensas en lo que podría pasar?”
Blanca tenia una voz potente y regañaba con fuerza.
Al oirla, Fausto se calló, mirando a Amelia con preocupación y sugiriéndole con la mirada que no discutiera con su madre.
Ella lo miró, apretó ligeramente los labios y se quedó callada para no poner a su padre entre la espada y la pared.
Dorian simplemente observaba la escena: la mirada suplicante de Fausto, la firmeza de Amelia y la actitud de Blanca.
Blanca se inclinó para arropar a Fausto, aun murmurando: “El doctor dijo que debes descansar, descansar. ¿Cuántas veces te lo han dicho? Apenas te despiertas y ya te olvidas de lo que pasó, como si no hubieras estado a un paso de la
muerte.”
Fausto no se atrevia a hacer sonido bajo la lluvia de palabras de su mujer.
Viendo que Fausto se encontraba de buen ánimo y que Blanca seguía desahogando su frustración, Amelia decidió no complicar las cosas y dijo: “Papá, mejor descansa. Voy a ver cómo va el asunto del accidente con la policía.”
Blanca aprovechó un momento para mirarla y añadió: “El depósito del hospital ya se acabó y están pidiendo que hagamos otro pago. Aprovecha y ve a arreglar eso también.”
Amelia asintió, tomó la factura sobre la mesa y salió de la habitación.
Dorian la siguió
Tu mamá siempre ha sido asi contigo?”, preguntó él mientras esperaban el ascensor.
Amelia presionó sus labios y luego asintió suavemente: “Ella siempre ha sido así, en palabras y acciones
Dorian continuó preguntando: “Y tú siempre te aguantas todo?”
smente.” Lo miró de vuelta. “Pero con mi papà en esa condición, si discuto con ella, ¿quien terminaria en
emergencias sina él? ¿Para qué discutir en estos momentos?”
Terminó con una sonrisa: “De todas formas, solo vine a ver a mi papá. Mi mamá no cuenta para mí.”
La sonrisa en su rostro ablandó la mirada distante de Dorlan
Él se quedó en silencio, levantando su mano para acariciar suavemente la cabeza de Amelia, un gesto lleno de ternura.” Ella se tensó un poco, recordando la noche anterior.
Por suerte, el escensor llegó en ese momento.
Subió al ascensor, y Dorian la siguió, acompañándola también a pagar la factura del hospital que habían llevado.
Amelia tenía que pasar por la estación de policía, sabía que Dorian estaba ocupado, así que al salir del hospital se volteó hacía él: “Ve a lo tuyo, yo voy a la estación a ver cómo van con el accidente. No sé cuánto me va a tomar.”
Dorian echó un vistazo a su reloj: “No te preocupes, te acompaño.”
Dijo eso y ya estaba abriendo la puerta del coche.
No tuvo más opción que seguirlo.
Ese Dorian era algo a lo que no estaba acostumbrada.
De hecho, no necesitaba compañia, ni vivir pegada a él casi las veinticuatro horas del dia.
Durante su matrimonio, ella disfrutaba de una vida con Dorian en la que no se molestaban mutuamente y cada uno
tenía su propio espacio.
Pero esa independencia se vio interrumpida por la presencia de la madre y el padre de Dorian. Como nuera, no tenía más remedio que asumir las responsabilidades y restricciones que traia el matrimonio y ser parte de esa familia, además de la presión de tener hijos. Sin poder obtener una respuesta emocional equivalente de Dorian y luego de enterarse de lo de Amanda, Amelia tuvo que sopesar lo que realmente le había aportado su matrimonio.
Al comparar, se dio cuenta de que era mejor estar soltera, libre y cómoda, por eso eligió divorciarse.
Se había adaptado bien a la vida de soltera en los últimos dos años y ya no le importaba si estaba enamorada o no. Pero de repente, Dorian ya no estaba tan absorto en su trabajo como antes e incluso encontraba tiempo para acompañarla a hacer trámites, lo que la hacía sentir incómoda.
“¿No estás ocupado últimamente?” Amelia no pudo evitar preguntar, mientras él conducía tranquilamente.
Dorian respondió: “Todo bien.”
“Realmente no tienes que llevarme, puedo manejar estas cosas por mí misma”, dijo en voz baja. “Después, en la estación, no sé cuánto nos va a llevar, mejor vuelve al trabajo.”
Dorian replicó: “Tengo mis planes, no tienes que preocuparte por mi.”
Ella no supo qué más decir por un momento.
Intentó cambiar de tema: “Y después, ¿qué pasó con Amanda?”