Capítulo 2
Después de balancearse en el autobús durante media hora, Violeta finalmente llegó a casa.
Violeta se baño de pies a cabeza tres veces, frotándose la piel hasta que se puso roja, hasta que finalmente logró eliminar el olor de ese hombre desconocido.
Solo entonces salió del baño, sintiendo un dolor agudo entre las piernas al caminar.
“Violeta, las chicas siempre deben respetarse y quererse a sí mismas, incluso si encuentran a alguien que realmente aman, no deben entregarse fácilmente. De esta manera, te valorarán”, las palabras de su mamá seguían sonando en su cabeza.
Violeta mordió el dorso de su mano.
Casi lloraba justamente cuando el teléfono sonó, era una llamada del hospital:
“Señorita, el dinero para el tratamiento de su abuela debe pagarse antes del próximo lunes.”
“Lo sé…”
Violeta colgó el teléfono y se empezó a vestir.
La vida puede ser tan cruel, ini siquiera le dio tiempo para llorar!
No quería gastar dinero en un taxi, así que tomó el autobús por otras dos horas.
Cuando llegó, ya era casi mediodía.
Violeta miró a su alrededor, se encontraba en la famosa zona residencial de Costa de Rosa.
Conocía bien el camino, caminó y entró a una mansión.
Los dedos de Violeta se apretaron inconscientemente.
Cada vez que venía ahí era una tortura, pero no tenía más opción, su abuela en el hospital necesitaba el dinero para el
tratamiento.
Apenas entró, la niñera de esta mansión, Luisa, la detuvo: “Señorita, el señor no puede verte hoy, están atendiendo a un invitado importante.”
Luisa la llamaba señorita, pero su tono de voz carecía de respeto.
Normalmente, Violeta se habría dado la vuelta y se habría ido, pero hoy no podía irse.
Fingiendo que se iba, aprovechó el momento en que Luisa bajó la guardia para correr hacia adentro. Luisa intentó detenerla: “¡Señorita, no puedes entrar! ¡Señora, señora Isabel…!”
“¡Paf!”
Violeta de repente recibió un golpe.
Isabel Paredes, con una expresión furiosa, la miró fijamente: “¡Perra, ¿quién te dejó entrar?!”
Violeta se tocó la cara ardiendo, pero ya se había acostumbrado a este trato.
Hace más de diez años, Isabel, que quería quitarle a su madre su esposo, la empujó a saltar de un edificio.
Violeta, en ese entonces de solo 8 años, lo vio todo, corrió locamente hacia Isabel, quien se reía en la multitud.
No sabía si era un castigo del destino, pero Isabel cayó al suelo y perdió al hijo que llevaba en su vientre.
“Vengo a buscar a mi papá”, Violeta pensó en el dinero que aún necesitaba para el tratamiento de su abuela y se tragó su orgullo.
“¡Él no tiene tiempo para verte! Tenemos invitado en casa, ¡no me causes problemas, vete ya!”
“¡Necesito hablar con mi papá, es importante!”
“¿Qué puede ser tan importante? Necesitas dinero, ¿verdad?” Isabel se rio con desdén, con los dientes apretados: “Cada vez que veo tu cara, pienso en tu maldita madre muerta, ¡qué maldición! ¡No solo murió, sino que también dejó a esta pequeña perra para cobrar deudas todos los días! ¡Madre e hija, las dos, son unas perras!”
Cada vez que cerraba los ojos, Violeta aún podía ver a su madre tirada en un charco de sangre.
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Sintió que había vuelto a los 8 años, y corrió hacia Isabel, gritando: “¡No tienes derecho a hablar de mi mamá!
Pero Luisa la sujeto, antes de que pudiera acercarse, Isabel le dio otra bofetada.
“¿No ves que tenemos invitado? ¡No armes un escándalo, perra!”
Parecía que alguien había escuchado el ruido, Francisco Alonso apareció con el ceño fruncido.
Isabel rápidamente fue hacia él y comenzó a quejarse: “Amor, tu querida hija está siendo irrespetuosa.”
Violeta no tenía ganas de discutir con ella, dijo lo más importante: “Papá, el hospital está presionándome por el dinero para
el tratamiento de la abuela… Por favor, la abuela siempre es la madre de mi mamá, no puedo verla sufrir…”
“Lo discutiremos otro día, tenemos un invitado importante en casa ahora, vete a tu casa.” Francisco la interrumpió con impaciencia.
“Si no me das el dinero, no me iré.” Violeta se mantuvo firme.
“¡Mira su actitud, amor!” Isabel siempre encontraba el momento perfecto para jugar a hacerse la victima: “Le sugerí que viniera otro día, pero insistió en entrar y…. y se burló de mi por lo que sucedió en el pasado. ¡Tienes que saber que perdimos a nuestro hijo por su culpa, y ella dijo que merecía que nuestra familia no tuviera herederos!”
Francisco se enfureció y le lanzó una pelota de tenis: “¡Maldita bestia!”
Violeta logró esquivarla, pero en ese instante, Francisco la pateó con fuerza.
No es igual la fuerza de un hombre y la de una mujer. El golpe la impactó en las costillas y la lanzó por los aires, chocando contra la base de una columna revestida de mármol.
Solo pudo emitir un gemido sordo.
A través de una visión borrosa por el dolor, vio un par de zapatos de cuero brillante junto al mármol.
Siguiendo por la linea de su pantalón perfectamente ajustado, Violeta se encontró con un par de ojos profundos y reservados que jamás olvidaría en su vida.
¡Era él!