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¡Domesticame! Mi pequeña y gran Elia 1680

Capítulo 1680

Priscila no queria irse; hacia mucho tiempo que no vela a Orson y ahora que por fin se encontraban, apenas habían intercambiado unas pocas palabras y ya tenía que partir. ¿Cómo iba a estar contenta con eso?

Marisa la arrastraba para que se alejara, mientras Priscila miraba hacia atrás, reacia a dejar a Orson.

Orson apoyaba ambas manos sobre la mesa, con la cabeza gacha, mostrando una imagen de derrota y desánimo, sin mostrar el más mínimo interés en retenerla.

Con una sola mirada hacia Orson, Priscila sentía un dolor tan agudo que parecía cortarle el corazón, y mordia su labio inferior en un gesto de enojo.

Había puesto todo su amor en Orson, deseando estar con siquiera la miraba!

¡Priscila estaba tan herida, tan enfurecida!

importar nada, ¡y él ni

¿En qué le quedaba corta a Jimena? ¡En cuanto a familia, ella era mucho mejor que

Jimena!

En cuanto a apariencia, era delgada y estaba a la moda, sin duda alguna era mucho más atractiva que la rellenita de Jimena.

¡Pero Orson solo tenía ojos para Jimena!g2

El pecho de Priscila subía y bajaba con su respiración agitada por la ira.

Marisa sabía que el temperamento de la joven señorita estaba a punto de estallar y, ansiosa, la instaba a marcharse.

Una vez abajo, Priscila no pudo más y, soltándose de la mano de Marisa, soltó un grito desquiciado: “¡Ah!”

Marisa rápidamente le tapó la boca: “¿Qué haces? Si alguien te ve, pensará que estás loca.*

Priscila empujó su mano y gruñó entre jadeos: “¿Por qué? ¿Por qué Orson no me quiere? ¡Esa desgraciada de Jimena ya tuvo dos hijos con otro hombre y él sigue obsesionado con ella!”

Marisa miraba a Priscila, desesperada y desilusionada. Siempre impulsiva, su carácter de señorita se desataba ante cualquiera.

No es de extrañar que Orson no la quisiera.

Esa actitud desagradable y exigente, sin respetar a nadie, ¿quién podría enamorarse de una mujer así?

18.58

Si no fuera por el gran nombre de la familia Guzmán, Marisa no querría pasar ni un minuto con Priscila.

Y mucho menos intentar emparejarla con su propio hijo.

El único punto a favor de Priscila era haber nacido en una familia acomodada.

“Priscila, calmate. Vamos a investigar a Jimena primero. Conocer al enemigo nos dará ventaja,” Marisa intentaba consolarla con buenas palabras.

Priscila miraba a Marisa con furia: “¿Para qué investigar a esa desgraciada? ¡Ya tuvo dos

Y

hijos con otro hombre! ¿Esa mujer de baja categoría merece que la investigue?”

Marisa suspiraba por dentro. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Priscila era un caso perdido, desperdiciando todas sus cartas.

Hace tres años, con la ventaja de haber pasado una noche con Orson, ya había conseguido que él aceptara comprometerse con ella. Si hubiera manejado bien la situación, Orson habría terminado casándose con ella.

Después de todo, Orson también había aceptado favores de la familia Guzmán y había llegado a ser vicepresidente.

Con tiempo y un poco de ayuda, Priscila y Orson podrían haberse casado sin problemas.

Pero Priscila, con su arrogancia, había peleado con Orson una y otra vez, sin darle ni una pizca de dignidad, incluso haciendo escándalos en las reuniones de accionistas del Grupo Salcedo, haciendo que Orson pasara vergüenza en frente de todos.

En un arranque de ira, Orson decidió romper el compromiso con Priscila.

La situación de Priscila ahora había sido por propia culpa.

“Si no quieres investigar, no lo hagas. Vamos a casa,” dijo Marisa, sin querer discutir más, y se llevó a Priscila.

Después de dejar a Priscila en su casa, Marisa se apresuró a contactar con sus conocidos para investigar a Jimena a fondo.

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