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¡Domesticame! Mi pequeña y gran Elia 1369

Capítulo 1369

¡Ay, Dios mío, qué hago, qué hago!

Elia, con una astucia nacida de la desesperación, agafró al médico y le dijo con urgencia: “¿Podría ver si entre los doctores y enfermeras hay alguien que tenga sangre tipo AB? Si están dispuestos a donar, ¡les pagaré muy bien! quinientos millones, les doy quinientos millones, solo si acceden a donar sangre”.

Quinientos millones representaban todos los ahorros de Elia, y ese dinero era lo que había recibido luego de que la joyeria le compensara por el collar que Asier le había regalado y que se había fundido.

Estaba dispuesta a dar toda su fortuna para luchar contra el tiempo y la muerte, para ganar la posibilidad de que Asier sobreviviera.

“Esto…, Bárbara, ve y organiza algo…” El médico se mostró algo incómodo, pero aun así le pidió a la enfermera que buscara a alguien.

“Voy de inmediato”, le dijo la enfermera, saliendo apresuradamente,

En ese momento, al final del pasillo de urgencias, aparecieron de repente cuatro pequeños retoños, rodando hacia Elia como si fueran baloncitos.

“¡Mamá!”

Los pequeñitos, con sus cortas piernas, corrieron velozmente hacia Elia.g2

El corazón de Elia, ya afligido por la preocupación, estaba al borde del colapso. Al ver a sus cuatro hijos, su corazón dolido se anegó en un instante, y las lágrimas brotaron en un torrente incontenible.

Los niños llegaron a su lado, uno tras otro se pararon a sus pies, levantando sus caritas sonrosadas.

“Mamá, toma mi sangre, mi sangre puede salvar a papá”, le dijo Abel, arremangándose la camisa para mostrar su delgado y pálido bracito, indicando que le extrajeran sangre.

le dijo Joel,

“La mia también sirve, tengo mucha sangre, papá puede tomar toda la que necesite”, le extendiendo su brazo mientras sus ojos castaños se llenaban de lágrimas.

“Mamá, yo soy más gordita, tengo más sangre, y no me duele, ¡toma la mia!”, le dijo Iria, la que siempre había temido al dolor, extendiendo su regordeta manita, con sus ojos infantiles mirando a Elia con determinación.

“Usa la mia, a los mosquitos les encanta mi sangre, seguro que a papá también le gustará”, le dijo Inés, alzando su pequeña cabeza, la niña con el cabello corto, que lucía tan valiente aunque usualmente era

muy timida.

Las inocentes palabras de los niños resonaron en los pidos de Elia, llenando su corazón desesperado y desamparado de esperanza.

Era como si rayos de luz penetraran en una habitación oscura, llenándola de claridad.

Poco después llegó Vania, jadeante, y le dijo a Elia: “Los niños escucharon cuando estaba hablando por teléfono y se empeñaron en venir. Dijeron que todos tienen sangre tipo AB y que podrían donarle sangre a Asier. Pensé que ir casa por casa preguntando a los vecinos nos tomaría mucho tiempo, y algunos ni siquiera saben su tipo de sangre, así que traje a los niños inmediatamente”.

Elia se secó las lágrimas y le preguntó al médico: “¿Pueden los niños donar sangre? ¿Habrá algún efecto en su salud?”

El doctor le respondió: “Si no se extrae en exceso, no habrá efectos nocivos”.

Capitulo 1369

“Doctor, ¡tome la mia!”, dijo el mayor, Abel, acercándose al médico y extendiendo su pequeño brazo, con una mirada decidida y encantadora..

“¡La mía!”, se adelantó Joel, con la carita toda colorada.

“Tengo más sangre, toma la mia!”, insistió Iria, acercándose también.

“¡Y la mia!”, dijo Inés, aproximándose al lado del médico.

El médico miró a los cuatro pequeños con ternura y, viendo la urgencia de la situación y que no había tiempo que perder, se decidió.

“Diganme con cual empezamos”, dijo el médico.

El médico se dio la vuelta para entrar en la sala de urgencias, seguido de cerca por los cuatro pequeños, que entraron sin mirar atrás.

Elia, ansiosa, intentó seguirlos, pero fue detenida por una enfermera que le dijo: “Los familiares deben esperar aqui afuera”.

Elia, con lagrimas en los ojos, vio cómo los niños seguían al médico dentro de la sala de urgencias. No tenía más remedio que esperar,

“Qué valientes y qué conscientes son tus hijos”, suspiró la enfermera.

Al escuchar las palabras de la enfermera, Elia rompió a llorar de nuevo.

Sus cuatro hijos siempre traían luz a su vida en los momentos de desesperación.

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