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¡Domesticame! Mi pequeña y gran Elia 1332

Capítulo 1332

Las manos de Asier se apretaron en la nada, en ellas aún residía la frialdad de su toque.

Esa frialdad parecía haberse colado hasta su corazón,

Con una mirada profunda y oscura, Asier observó a Elia. En ese momento, ella tenía los ojos cerrados, sin tener ninguna intención de prestarle atención, estaba fingiendo que estaba dormida, pero sus pestañas temblorosas la delataban..

Seguramente no tenía ni un ápice de sueño, ¿cómo podría? El dolor que anidaba en su corazón la enredaba, la consumia.

Solo quería evitar que él se quedara a su lado.

Con la mirada nublada, Asier la observó por un instante y sin decir una palabra más, salió de la habitación.

Ella estaba emocionalmente alterada, cualquier cosa que dijera solo serviría para herirla más.

Si queria estar sola para tener un momento de paz, él respetaria su deseo.

Aunque Elia tenía los ojos cerrados, sus sentidos estaban alerta, atentos a cada sonido en la habitación.g2

Sintió cuando Asier abandono la sala y, con él, la tensión que mantenía se desplomó.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, su mentón temblaba mientras lloraba con una mezcla de contención. y desgarradora tristeza.

Se encogió, abrazando las sábanas, llorando con un dolor que rasgaba el silencio.

Su cuerpo se encorvo, y en su vientre se intensificaba la sensación de una herida abierta, tironeando de sus músculos con espasmos de dolor.

Elia temblaba por completo, sus manos se extendían para tocar su vientre, que más allá del dolor intenso, parecía no haber cambiado.

Pero el pequeño ser que había estado creciendo allí, ya había partido al cielo.

Era su bebé, aquel a quien había protegido con su propia vida.

El mismo día que su madre, Rosalinda, había fallecido, también lo había hecho su hijo.

Se sentía inútil, no había podido salvar a nadie.

Asier, sentado fuera de la sala, escuchaba los lamentos de Elia, semejantes a los de un animal herido, y su corazón se tensaba con cada llanto, como si un hilo rojo lo atrajera, provocando un dolor agudo al menor movimiento.

En la profundidad de sus ojos oscuros, una neblina de tristeza empezaba a formarse.

Y sabía que el dolor que él sentia era apenas una fracción del que Elia estaba sufriendo.

Quería entrar y abrazarla, protegerla en sus brazos, cubrirla de besos y decirle que todavía la tenía a él….

Pero ella había decidido no mostrarse vulnerable frente a él, hasta rechazar su compañía con determinación.

Prefería soportar sola su inmenso dolor a dejar que él se quedara.

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Eso le recordaba que no necesitaba su compañía.

Si él estaba a su lado, solo lograría que se reprimiera más, incrementando su sufrimiento.

Asier, sentado en la sala de espera, apretó sus puños y su rostro reflejaba una profunda tristeza.

Tres dias después, llegó el funeral de Rosalinda.

Elia, vestida de luto, despidió a su madre.

Los cuatro niños la seguían, llorando en sollozos.

“Abuelita, ahora que estás en el cielo, por favor, piensa en nosotros,” decía Iria entre lágrimas.

“Abuelita, ya no podrás enseñarme a hacer barquitos de papel,” Inés se secaba las lágrimas de sus ojos con sus pequeñas manos, llorando desconsolada.

“Abuelita, ya no voy a ser travieso, voy a hacerle caso a mamá…” Joel era quien lloraba más fuerte, estaba desgarrado por el dolor.

“Abuelita…” Abel lloraba mientras las lágrimas caían como perlas sin hilo.

Antes, cuando Sergio había fallecido, habían acompañado a Asier y a Benjamín a su funeral. En aquel entonces, no entendian completamente lo que significaba la muerte.

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