Capítulo 1635
Justo cuando Azula pensó que el coche la iba a arrollar y cerró los ojos asustada, el chirrido estridente de los frenos casi perfora sus timpanos.
Con las manos temblorosas, abrió lentamente los ojos y el deportivo amarillo ya se habia detenido a su lado.
Y dentro del coche, sentado al volante, estaba Mauro.
¿No se había ido?
¿Qué hacia alli todavia?
Volteó la cabeza y la miró, “¿Necesitas que te invite para que subas al coche?”
Llevaba gafas de sol, Azula no podía ver sus ojos, pero su voz ya le decía que estaba enojado.
No lo pensó mucho, rápidamente abrió la puerta del coche y subió.
Justo cuando se abrochaba el cinturón de seguridad, Mauro pisó el acelerador a fondo y el coche salió disparado como una flecha desatada.g2
Si no fuera porque llevaba el cinturón, Azula sentía que habría sido arrojada fuera.
El rugido del motor rasgaba el cielo y Mauro corría a toda velocidad, el coche zigzagueaba de un lado a otro, sacudiendo a Azula hasta revolverle el estómago.
No mucho después, el coche entró en la zona residencial donde vivía Mauro.
Condujo hasta el patio y frenó de golpe.
Azula se lanzó hacia adelante y luego fue retenida por el cinturón de seguridad.
Su hombro incluso quedó marcado con una franja roja.
¡Dolía mucho!
El chico abrió la puerta del coche y salió sin mirar atrás.
Azula se quedó sentada un buen rato antes de recuperarse y bajar del coche, caminando con piernas débiles.
Sin embargo, al girar la esquina, la imponente figura de Mauro se interpuso en su camino como una gran
montaña.
De él emanaba una aterradora hostilidad.
Ella lo miraba con precaución, “¿Qué, qué más quieres?”
Mauro arqueó ligeramente las cejas, ¿Tú qué crees?”
Azula podía adivinar por qué estaba enojado, “No sabía que esa era la casa de tu amigo, si lo hubiera sabido, definitivamente no habria ido. Pero tranquilo, no revelé nuestra relación y tampoco acepté ese trabajo.”
Mauro preguntó, “¿Ya te diste cuenta de dónde te equivocaste?”
Azula queria decir que no había cometido ningún error, pero no se atrevía. En ese momento, Mauro era como una fiera enloquecida.
Una fiera enloquecida podía devorar a las personas.
Desafiarlo en ese momento era buscar la muerte.
Así que se quedó callada.
Luego escuchó a Mauro decir, “No es que no puedas ir a la casa de los Iglesias, no deberías ir a ninguna casa. La familia Mandes puede permitirse perder esa imagen, pero nosotros, los Pinales, no.”
Azula nunca consideró una vergüenza ganar dinero con su propio trabajo.
Pero esas palabras, ahora no podían ser dichas.
De todos modos, cuando comenzara el curso, viviría en el dormitorio de la escuela y para entonces, lo que hiciera ya no seria asunto de Mauro.
Mauro preguntó, “¿Te quedaste muda?”
Ella respondió, “Ya entendi.”
El chico no dijo nada más y se marchó con paso firme.
ella