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Boda Relampago: El Lazo Inesperado Capítulo 1631

Capítulo 1631

Dicen que para un hombre, su auto es como su vida

Sin el permiso de Mauro, ¿cómo se atrevería Azula a tocar su carro?

Ella sonrió, “Recién cumpli los dieciocho y todavía no tengo mi licencia de conducir. Pero no hay problema, desayuné bastante esta mañana, un poco de caminata me ayudará a hacer la digestión.”

Fiona le dijo, “Vale, si necesita algo, llámeme”

Ella le respondió, “¡Gracias!”

Lo que Azula no esperaba era que le tomaría más tiempo del que pensaba salir del complejo, casi media hora

más.

Una vez fuera, usó su celular para pedir un coche de una aplicación de transporte. Como había dicho Fiona, era difícil conseguir transporte en esa zona y esperó casi media hora hasta que un conductor aceptó su viaje.

Para ese momento, ya eran las doce del mediodía g2

Azula se subió al coche y el camino fue fluido, tomando cerca de media hora llegar su destino.

Al bajarse, entró a un local de comida rápida para almorzar antes de dirigirse a la audición en la nueva escuela

de música.

La recepcionista de la empresa fue muy amable y cortés, le indicó el piso y la acompañó hasta el ascensor, “Señorita Azula, es en el octavo piso, oficina 806.”

Ella agradeció, “Está bien.”

Al llegar al octavo piso, giró a la derecha y encontró la 806.

Llamó a la puerta y al escuchar el “adelante”, entró, “Hola, ¿es el Señor Joaquin?”

El hombre en la oficina levantó la vista, se sorprendió un momento y luego dijo, “¡Señorita Azula, qué hermosal

eres!”

La chica sonrio cortésmente, “¡Gracias!”

Joaquin se aclaró la garganta, “Por favor, siéntate!”

Se sento frente a él

Joaquin continuo, “He visto tu curriculum, tocas varios instrumentos. A veces, quien toca muchos no los tocal bien, pero estamos buscando un profesor de violin con altos estándares. Si puedes, me gustaría que tocaras algo ahora.”

Azula asintió, “No hay problema.”

Joaquín propuso, “Entonces, acompañame al salón de música, por favor.”

Tal vez era porque Azula era atractiva o tal vez Joaquín era simplemente un buen hombre, pero fue muy educado y amable con ella todo el tiempo.

Azula lo siguió al salón de música y tocó una pieza en el violín.

Después de escucharla, los ojos de Joaquin brillaron, “Señorita Azula, tenemos un cliente urgente. ¿Te vendría bien ir conmigo a la casa del cliente para ver qué tal?”

Azula aclaró, Joaquín, hay algo que debo decirte primero. En unos días es primero de septiembre y tengo que ir a la universidad. Como puse en mi curriculum, solo puedo dar clases particulares en mi tiempo libre.” Joaquín asintió, “Entiendo. Nuestro cliente es muy especial, no les falta dinero ni buenos profesores, pero el

niño es muy travieso y ningún profesor ha logrado terminar una clase completa. Si logras enseñarle blen, el dinero no será un problema.”

“Bien, lo intentaré,” Azula nunca había enseñado a niños y no sabia si sería buena en ello, pero por el dinero, valia la pena intentarlo.

No tenía certificado de enseñanza, así que el hecho de que alguien la quisiera ya era una gran cosa; no tenía el lujo de ser exigente.

Lo que Azula no se esperaba era que, cuando llegó a la casa del empleador en el auto de Joaquín, descubrió que eran extremadamente ricos, no una familia común y corriente, sino acaudalada al nivel de la familia

Pinales.

Y para su sorpresa, Mauro también estaba alli.

El personal los llevó a Joaquín y a ella a la sala, al entrar, Azula vio a Mauro sentado en el sofá, con las piernas cruzadas, jugando con su teléfono y con audífonos puestos, sin notar su llegada.

Frente a Mauro había otro joven de su edad, sosteniendo a un niño de unos diez años.

Durante el camino, Joaquín le había explicado a Azula sobre la familia, conocidos en la capital comó la familia Iglesias.

En la familia Iglesias, los padres siempre andaban de arriba para abajo con mil y un quehaceres, dejando al primogénito, Alano Iglesias, a cargo de la educación de su hermano menor, Osvaldo Iglesias, quien ya tenía sus diez años. A pesar de la diferencia de edad, Alano siempre se había tomado muy en serio su rol de

mentor.

Pero aquel día, Osvaldo estaba más rebelde que de costumbre, con los brazos cruzados y una expresión de desafio ‘Hermano, ya te dije que no quiero estudiar. No importa qué maestro me traigas, no pienso aprender,” dijo con un puchero.

Alano frunció el ceño, su paciencia empezaba a flaquear. “¡Osvaldo!”, exclamó con voz firme, tratando de hacer entrar en razón a su hermanito.

Era un desafío diario, como el juego de fútbol en la calle que nunca falta, pero esta vez, estaba decidido a que el niño le escuchara. ¡Tenemos que hablar! No puedes pasar toda la vida comiendo empanadas y jugando a la pelota. La educación es importante, ¿me entiendes?”

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